sábado, 30 de marzo de 2013
viernes, 29 de marzo de 2013
Los Ojos Verdes
LOS OJOS VERDES
( Gustavo Adolfo Bequer )
Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa
con este título. Hoy, que se me ha presentado ocasión, lo he puesto con letras
grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado a capricho volar la
pluma.
Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en
esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo los he visto. De seguro no los podré
describir tal cuales ellos eran: luminosos, transparentes como las gotas de la
lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tempestad
de verano. De todos modos, cuento con la imaginación de mis lectores para
hacerme comprender en este que pudiéramos llamar boceto de un cuadro que
pintaré algún día.
I
-Herido va el ciervo..., herido va... no hay duda. Se ve el
rastro de la sangre entre las zarzas del monte, y al saltar uno de esos
lentiscos han flaqueado sus piernas... Nuestro joven señor comienza por donde
otros acaban... En cuarenta años de montero no he visto mejor golpe... Pero,
¡por San Saturio, patrón de Soria!, cortadle el paso por esas carrascas, azuzad
los perros, soplad en esas trompas hasta echar los hígados, y hundid a los
corceles una cuarta de hierro en los ijares: ¿no veis que se dirige hacia la
fuente de los Álamos y si la salva antes de morir podemos darlo por perdido?
Las cuencas del Moncayo repitieron de eco en eco el bramido
de las trompas, el latir de la jauría desencadenada, y las voces de los pajes
resonaron con nueva furia, y el confuso tropel de hombres, caballos y perros,
se dirigió al punto que Iñigo, el montero mayor de los marqueses de Almenar,
señalara como el más a propósito para cortarle el paso a la res.
Pero todo fue inútil. Cuando el más ágil de los lebreles
llegó a las carrascas, jadeante y cubiertas las fauces de espuma, ya el ciervo,
rápido como una saeta, las había salvado de un solo brinco, perdiéndose entre
los matorrales de una trocha que conducía a la fuente.
-¡Alto!... ¡Alto todo el mundo! -gritó Iñigo entonces-.
Estaba de Dios que había de marcharse.
Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los
lebreles dejaron refunfuñando la pista a la voz de los cazadores.
En aquel momento, se reunía a la comitiva el héroe de la
fiesta, Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar.
-¿Qué haces? -exclamó, dirigiéndose a su montero, y en
tanto, ya se pintaba el asombro en sus facciones, ya ardía la cólera en sus
ojos-. ¿Qué haces, imbécil? Ves que la pieza está herida, que es la primera que
cae por mi mano, y abandonas el rastro y la dejas perder para que vaya a morir
en el fondo del bosque. ¿Crees acaso que he venido a matar ciervos para
festines de lobos?
-Señor -murmuró Iñigo entre dientes-, es imposible pasar de
este punto.
-¡Imposible! ¿Y por qué?
-Porque esa trocha -prosiguió el montero- conduce a la
fuente de los Álamos: la fuente de los Álamos, en cuyas aguas habita un
espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente paga caro su atrevimiento.
Ya la res habrá salvado sus márgenes. ¿Cómo la salvaréis vos sin atraer sobre
vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del
Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Fiera que se refugia en esta fuente
misteriosa, pieza perdida.
-¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de mis
padres, y primero perderé el ánima en manos de Satanás, que permitir que se me
escape ese ciervo, el único que ha herido mi venablo, la primicia de mis
excursiones de cazador... ¿Lo ves?... ¿Lo ves?... Aún se distingue a intervalos
desde aquí; las piernas le fallan, su carrera se acorta; déjame..., déjame;
suelta esa brida o te revuelvo en el polvo... ¿Quién sabe si no le daré lugar
para que llegue a la fuente? Y si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus
habitadores. ¡Sus, Relámpago!; ¡sus, caballo mío! Si lo alcanzas, mando
engarzar los diamantes de mi joyel en tu serreta de oro.
Caballo y jinete partieron como un huracán. Iñigo los siguió
con la vista hasta que se perdieron en la maleza; después volvió los ojos en
derredor suyo; todos, como él, permanecían inmóviles y consternados.
El montero exclamó al fin:
-Señores, vosotros lo habéis visto; me he expuesto a morir
entre los pies de su caballo por detenerlo. Yo he cumplido con mi deber. Con el
diablo no sirven valentías. Hasta aquí llega el montero con su ballesta; de
aquí en adelante, que pruebe a pasar el capellán con su hisopo.
II
-Tenéis la color quebrada; andáis mustio y sombrío. ¿Qué os
sucede? Desde el día, que yo siempre tendré por funesto, en que llegasteis a la
fuente de los Álamos, en pos de la res herida, diríase que una mala bruja os ha
encanijado con sus hechizos. Ya no vais a los montes precedido de la ruidosa
jauría, ni el clamor de vuestras trompas despierta sus ecos. Sólo con esas
cavilaciones que os persiguen, todas las mañanas tomáis la ballesta para
enderezaros a la espesura y permanecer en ella hasta que el sol se esconde. Y
cuando la noche oscurece y volvéis pálido y fatigado al castillo, en balde
busco en la bandolera los despojos de la caza. ¿Qué os ocupa tan largas horas
lejos de los que más os quieren?
Mientras Iñigo hablaba, Fernando, absorto en sus ideas, sacaba
maquinalmente astillas de su escaño de ébano con un cuchillo de monte.
Después de un largo silencio, que sólo interrumpía el
chirrido de la hoja al resbalar sobre la pulimentada madera, el joven exclamó,
dirigiéndose a su servidor, como si no hubiera escuchado una sola de sus
palabras:
-Iñigo, tú que eres viejo, tú que conoces las guaridas del
Moncayo, que has vivido en sus faldas persiguiendo a las fieras, y en tus
errantes excursiones de cazador subiste más de una vez a su cumbre, dime: ¿has
encontrado, por acaso, una mujer que vive entre sus rocas?
-¡Una mujer! -exclamó el montero con asombro y mirándole de
hito en hito.
-Sí -dijo el joven-, es una cosa extraña lo que me sucede,
muy extraña... Creí poder guardar ese secreto eternamente, pero ya no es
posible; rebosa en mi corazón y asoma a mi semblante. Voy, pues, a
revelártelo... Tú me ayudarás a desvanecer el misterio que envuelve a esa
criatura que, al parecer, sólo para mí existe, pues nadie la conoce, ni la ha
visto, ni puede dame razón de ella.
El montero, sin despegar los labios, arrastró su banquillo
hasta colocarse junto al escaño de su señor, del que no apartaba un punto los
espantados ojos... Éste, después de coordinar sus ideas, prosiguió así:
-Desde el día en que, a pesar de sus funestas predicciones,
llegué a la fuente de los Álamos, y, atravesando sus aguas, recobré el ciervo
que vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi alma del deseo de
soledad.
Tú no conoces aquel sitio. Mira: la fuente brota escondida
en el seno de una peña, y cae, resbalándose gota a gota, por entre las verdes y
flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna. Aquellas gotas,
que al desprenderse brillan como puntos de oro y suenan como las notas de un
instrumento, se reúnen entre los céspedes y, susurrando, susurrando, con un
ruido semejante al de las abejas que zumban en torno a las flores, se alejan
por entre las arenas y forman un cauce, y luchan con los obstáculos que se
oponen a su camino, y se repliegan sobre sí mismas, saltan, y huyen, y corren,
unas veces con risas; otras, con suspiros, hasta caer en un lago. En el lago
caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, nombres, cantares, yo no
sé lo que he oído en aquel rumor cuando me he sentado solo y febril sobre el
peñasco a cuyos pies saltan las aguas de la fuente misteriosa, para estancarse
en una balsa profunda cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la
tarde.
Todo allí es grande. La soledad, con sus mil rumores
desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu en su inefable
melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas,
en las ondas del agua, parece que nos hablan los invisibles espíritus de la
Naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre.
Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y
dirigirme al monte, no fue nunca para perderme entre sus matorrales en pos de
la caza, no; iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en sus ondas... no
sé qué, ¡una locura! El día en que saltó sobre ella mi Relámpago, creí haber
visto brillar en su fondo una cosa extraña.., muy extraña..: los ojos de una
mujer.
Tal vez sería un rayo de sol que serpenteó fugitivo entre su
espuma; tal vez sería una de esas flores que flotan entre las algas de su seno
y cuyos cálices parecen esmeraldas...; no sé; yo creí ver una mirada que se
clavó en la mía, una mirada que encendió en mi pecho un deseo absurdo,
irrealizable: el de encontrar una persona con unos ojos como aquellos. En su
busca fui un día y otro a aquel sitio.
Por último, una tarde... yo me creí juguete de un sueño...;
pero no, es verdad; le he hablado ya muchas veces como te hablo a ti ahora...;
una tarde encontré sentada en mi puesto, vestida con unas ropas que llegaban
hasta las aguas y flotaban sobre su haz, una mujer hermosa sobre toda
ponderación. Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas brillaban como hilos
de luz, y entre las pestañas volteaban inquietas unas pupilas que yo había
visto..., sí, porque los ojos de aquella mujer eran los ojos que yo tenía
clavados en la mente, unos ojos de un color imposible, unos ojos...
-¡Verdes! -exclamó Iñigo con un acento de profundo terror e
incorporándose de un golpe en su asiento.
Fernando lo miró a su vez como asombrado de que concluyese
lo que iba a decir, y le preguntó con una mezcla de ansiedad y de alegría:
-¿La conoces?
-¡Oh, no! -dijo el montero-. ¡Líbreme Dios de conocerla!
Pero mis padres, al prohibirme llegar hasta estos lugares, me dijeron mil veces
que el espíritu, trasgo, demonio o mujer que habita en sus aguas tiene los ojos
de ese color. Yo os conjuro por lo que más améis en la tierra a no volver a la
fuente de los álamos. Un día u otro os alcanzará su venganza y expiaréis,
muriendo, el delito de haber encenagado sus ondas.
-¡Por lo que más amo! -murmuró el joven con una triste
sonrisa.
-Sí -prosiguió el anciano-; por vuestros padres, por
vuestros deudos, por las lágrimas de la que el Cielo destina para vuestra
esposa, por las de un servidor, que os ha visto nacer.
-¿Sabes tú lo que más amo en el mundo? ¿Sabes tú por qué
daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dio la vida y todo el
cariño que pueden atesorar todas las mujeres de la tierra? Por una mirada, por
una sola mirada de esos ojos... ¡Mira cómo podré dejar yo de buscarlos!
Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la lágrima
que temblaba en los párpados de Iñigo se resbaló silenciosa por su mejilla,
mientras exclamó con acento sombrío:
-¡Cúmplase la voluntad del Cielo!
III
-¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde habitas? Yo
vengo un día y otro en tu busca, y ni veo el corcel que te trae a estos lugares
ni a los servidores que conducen tu litera. Rompe de una vez el misterioso velo
en que te envuelves como en una noche profunda. Yo te amo, y, noble o villana,
seré tuyo, tuyo siempre.
El sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras
bajaban a grandes pasos por su falda; la brisa gemía entre los álamos de la
fuente, y la niebla, elevándose poco a poco de la superficie del lago,
comenzaba a envolver las rocas de su margen.
Sobre una de estas rocas, sobre la que parecía próxima a
desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba,
temblando, el primogénito Almenar, de rodillas a los pies de su misteriosa
amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia.
Ella era hermosa, hermosa y pálida como una estatua de
alabastro. Y uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los
pliegues del velo como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de
sus pestañas rubias brillaban sus pupilas como dos esmeraldas sujetas en una
joya de oro.
Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron
como para pronunciar algunas palabras; pero exhalaron un suspiro, un suspiro
débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre
los juncos.
-¡No me respondes! -exclamó Fernando al ver burlada su
esperanza-. ¿Querrás que dé crédito a lo que de ti me han dicho? ¡Oh, no!...
Háblame; yo quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo amarte, si eres
una mujer...
-O un demonio... ¿Y si lo fuese?
El joven vaciló un instante; un sudor frío corrió por sus
miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de
aquella mujer, y fascinado por su brillo fosfórico, demente casi, exclamó en un
arrebato de amor:
-Si lo fueses.:., te amaría..., te amaría como te amo ahora,
como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más de
ella.
-Fernando -dijo la hermosa entonces con una voz semejante a
una música-, yo te amo más aún que tú me amas; yo, que desciendo hasta un
mortal siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la
Tierra; soy una mujer digna de ti, que eres superior a los demás hombres. Yo
vivo en el fondo de estas aguas, incorpórea como ellas, fugaz y transparente:
hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa
turbar la fuente donde moro; antes lo premio con mi amor, como a un mortal
superior a las supersticiones del vulgo, como a un amante capaz de comprender
mi caso extraño y misterioso.
Mientras ella hablaba así, el joven absorto en la
contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuerza
desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca.
La mujer de los ojos verdes prosiguió así:
-¿Ves, ves el límpido fondo de este lago? ¿Ves esas plantas
de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?... Ellas nos darán un lecho
de esmeraldas y corales..., y yo..., yo te daré una felicidad sin nombre, esa
felicidad que has soñado en tus horas de delirio y que no puede ofrecerte
nadie... Ven; la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón
de lino...; las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles; el viento
empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven..., ven.
La noche comenzaba a extender sus sombras; la luna rielaba
en la superficie del lago; la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los
ojos verdes brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre
el haz de las aguas infectas... Ven, ven... Estas palabras zumbaban en los
oídos de Fernando como un conjuro. Ven... y la mujer misteriosa lo llamaba al
borde del abismo donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso..., un
beso...
Fernando dio un paso hacía ella..., otro..., y sintió unos
brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en
sus labios ardorosos, un beso de nieve..., y vaciló..., y perdió pie, y cayó al
agua con un rumor sordo y lúgubre.
Las aguas saltaron en chispas de luz y se cerraron sobre su
cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose, ensanchándose hasta
expirar en las orillas.
" Gracias por regalármelo. Lo leí hace tiempo, pero me apetece que hoy tenga un lugar privilegiado aquí en Mi Sur "
martes, 26 de marzo de 2013
lunes, 18 de marzo de 2013
Pensamiento del día
" Todas las cosas fingidas caen como flores marchitas, porque ninguna simulación puede durar largo tiempo."
viernes, 15 de marzo de 2013
" PORQUE "
" porque tu eres tu y yo soy yo y eso es maravilloso "
porque me gusta perderme en el laberinto de emociones
que me ofrece tu cuerpo, mio.
Porque los motivos que encuentro son los del amor,
ese que te robo el nombre.
Porque mi cama se pone triste si no estas con nosotros,
porque tu eres tu y yo soy yo,
y eso es maravilloso.
Porque me llenas la vida de vida,
por rescatarme del peligro,
peligroso de la nada...
Porque desde que te vi
no he parado de soñar contigo
en tus ojos libres me perdí
y perdido en ti todavía sigo,
porque prefiero vivir a tu lado
siempre a la deriva
porque me gusta sentir
como mi pecho te grita
Porque eres el viento que a mis sentimientos
las ventanas abres
porque si descubres mi defectos
solo importa lo importante
porque necesito cuidarte y darte mi verdad
mi verdad que no se esconde
Porque se abren de par en par las puertas del paraíso,
cuando me dices te quiero suspirándome al odio.
Porque la guerra que libraba dentro,
la ganaste con un beso
devolviéndome a la vida.
Porque eres el viento que a mis sentimientos las ventana abre
Porque desde que te vi
Porque desde que te vi...
Porque eres el viento que a mis sentimientos
las ventanas abres
porque si descubres mi defectos
solo importa lo importante
porque necesito cuidarte y darte mi verdad
mi verdad que no se esconde
Porque se abren de par en par las puertas del paraíso,
cuando me dices te quiero suspirándome al odio.
Porque la guerra que libraba dentro,
la ganaste con un beso
devolviéndome a la vida.
Porque eres el viento que a mis sentimientos las ventana abre
Porque desde que te vi
Porque desde que te vi...
El Amor y la Locura
Gracias por enviarme este maravilloso cuento, que ya conocía, pero he querido que tuviera un lugar especial en mi Sur.
A veces se presentan en la vida situaciones y momentos inesperados...
Este es uno de ellos.
El regalo de este escrito, que hoy te lo hago llegar a ti como muestra de agradecimiento por todo lo que me has regalado en tan poco tiempo.
Gracias de corazón!!!
Cuentan que una vez se reunieron en algún lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los seres humanos.
Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso: “¡Vamos a jugar al escondite!”.
La Intriga levantó la ceja intrigada y la Curiosidad, sin poder contenerse, le preguntó: “¿Al escondite? Y, ¿cómo es eso?”. “Es un juego —explicó la Locura— en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón, y, cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes al que yo encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego”.
El Entusiasmo bailó entusiasmado secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó convenciendo a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba hacer nada.
Pero no todos querían participar. La Verdad prefirió no esconderse… ¿para qué? si al final siempre la hallaban. Y la Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en realidad lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido suya). Y la Cobardía prefirió no arriesgarse.
“Uno, dos tres…”, comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza. Como siempre tan perezosa se dejó caer tras la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo, y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo que, con su propio esfuerzo, había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzó a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos. Que si un lago cristalino para la Belleza; que si una hendida en un árbol, perfecto para la Timidez; que si el vuelo de una mariposa, lo mejor para la Voluptuosidad; que si una ráfaga de viento, magnífico para la Libertad;… Y así terminó por acurrucarse en un rayito de sol.
El Egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio: aireado, cómodo,… pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, se escondió detrás del arco iris). La Pasión y el Deseo, en el centro de los volcanes. El Olvido,… se me olvidó dónde se escondió el Olvido, pero eso no es lo más importante.
La Locura contaba ya novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve… Y el Drogamor no había aún encontrado sitio para esconderse entre sus flores.
Un millón contó la Locura y comenzó a buscar.
La primera a la que encontró fue la Pereza,… a sólo tres pasos detrás de unas piedras. Después se escuchó la Fe discutiendo con Dios sobre Teología, y a la Pasión y el Deseo los sintió vibrar en los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y, claro, pudo deducir dónde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solo salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la Belleza. Y con la Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada en una cerca sin decidir aún dónde esconderse.
Así fue encontrando a todos. Al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una oscura cueva, a la Mentira detrás del arco iris (mentira,… en el fondo del mar). Hasta el Olvido,… que ya se había olvidado que estaba jugando a las escondidas.
Pero, sólo el Amor no aparecía por ningún sitio.
La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, y en la cima de las montañas, y cuando estaba por darse por vencida divisó un rosal y pensó: “El Amor, siempre tan cursi, seguro se escondió entre las rosas”. Y tomando una horquilla comenzó a mover las ramas,… cuando de pronto se escuchó un doloroso grito… Las espinas habían herido los ojos del Amor, y la Locura no sabía qué hacer para disculparse. Lloró, rogó, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugó en la Tierra al escondite, el Amor es ciego,… y la Locura siempre lo acompaña.
A veces se presentan en la vida situaciones y momentos inesperados...
Este es uno de ellos.
El regalo de este escrito, que hoy te lo hago llegar a ti como muestra de agradecimiento por todo lo que me has regalado en tan poco tiempo.
Gracias de corazón!!!
EL AMOR Y LA LOCURA
Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso: “¡Vamos a jugar al escondite!”.
La Intriga levantó la ceja intrigada y la Curiosidad, sin poder contenerse, le preguntó: “¿Al escondite? Y, ¿cómo es eso?”. “Es un juego —explicó la Locura— en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón, y, cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes al que yo encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego”.
El Entusiasmo bailó entusiasmado secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó convenciendo a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba hacer nada.
Pero no todos querían participar. La Verdad prefirió no esconderse… ¿para qué? si al final siempre la hallaban. Y la Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en realidad lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido suya). Y la Cobardía prefirió no arriesgarse.
“Uno, dos tres…”, comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza. Como siempre tan perezosa se dejó caer tras la primera piedra del camino. La Fe subió al cielo, y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo que, con su propio esfuerzo, había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzó a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos. Que si un lago cristalino para la Belleza; que si una hendida en un árbol, perfecto para la Timidez; que si el vuelo de una mariposa, lo mejor para la Voluptuosidad; que si una ráfaga de viento, magnífico para la Libertad;… Y así terminó por acurrucarse en un rayito de sol.
El Egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio: aireado, cómodo,… pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, se escondió detrás del arco iris). La Pasión y el Deseo, en el centro de los volcanes. El Olvido,… se me olvidó dónde se escondió el Olvido, pero eso no es lo más importante.
La Locura contaba ya novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve… Y el Drogamor no había aún encontrado sitio para esconderse entre sus flores.
Un millón contó la Locura y comenzó a buscar.
La primera a la que encontró fue la Pereza,… a sólo tres pasos detrás de unas piedras. Después se escuchó la Fe discutiendo con Dios sobre Teología, y a la Pasión y el Deseo los sintió vibrar en los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y, claro, pudo deducir dónde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solo salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la Belleza. Y con la Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada en una cerca sin decidir aún dónde esconderse.
Así fue encontrando a todos. Al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una oscura cueva, a la Mentira detrás del arco iris (mentira,… en el fondo del mar). Hasta el Olvido,… que ya se había olvidado que estaba jugando a las escondidas.
Pero, sólo el Amor no aparecía por ningún sitio.
La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, y en la cima de las montañas, y cuando estaba por darse por vencida divisó un rosal y pensó: “El Amor, siempre tan cursi, seguro se escondió entre las rosas”. Y tomando una horquilla comenzó a mover las ramas,… cuando de pronto se escuchó un doloroso grito… Las espinas habían herido los ojos del Amor, y la Locura no sabía qué hacer para disculparse. Lloró, rogó, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugó en la Tierra al escondite, el Amor es ciego,… y la Locura siempre lo acompaña.
jueves, 14 de marzo de 2013
miércoles, 13 de marzo de 2013
Dejando que el tiempo trabaje...
Es maravilloso ser consciente de que el tiempo y sólo él lo está poniendo todo en su lugar.
Si es cierto que ayuda a ver las cosas desde un punto de vista diferente, también enseña y se agradece que con su transcurso, a mi me esté ayudando a ser una persona paciente.
Está claro, que a medida que el tiempo va haciendo de las suyas, la claridad de ideas que de por si inunda mi manera de pensar, va aumentando por instantes, que a veces me apetece controlar, y otras dejo que por si mismas, esas ideas claras, vayan causando estragos en los resquicios más insospechados de mi mente.
He llegado a pensar en algún momento que he podido tener el alma llena de colores con momentos tuyos ( como dice esa canción que tanto me gusta) pero desde luego, ha sido solo un pensamiento fugaz... porque claramente me doy cuenta de que mi alma esta vacía de esos colores.
Ya no existen en mi, ni siquiera tonalidades. Será el tiempo, de nuevo, que está actuando como debe.
Como confío tanto en él, quizás lo deje que me indique el camino que he de seguir.
Yo ya no me quedo en esta estación.
Continuo mi viaje.
La parada que en su momento hice, me está resultando eterna. Llevo mucho tiempo sentada en el banco, esperando.
No me gustan las esperas sin haber visto de algún modo, un indicio que me aliente o que me ayude a quedarme aquí.
Voy a montarme en el tren, destino a la próxima estación.
Estoy segura de que lo mejor está por llegar.
Si es cierto que ayuda a ver las cosas desde un punto de vista diferente, también enseña y se agradece que con su transcurso, a mi me esté ayudando a ser una persona paciente.
Está claro, que a medida que el tiempo va haciendo de las suyas, la claridad de ideas que de por si inunda mi manera de pensar, va aumentando por instantes, que a veces me apetece controlar, y otras dejo que por si mismas, esas ideas claras, vayan causando estragos en los resquicios más insospechados de mi mente.
He llegado a pensar en algún momento que he podido tener el alma llena de colores con momentos tuyos ( como dice esa canción que tanto me gusta) pero desde luego, ha sido solo un pensamiento fugaz... porque claramente me doy cuenta de que mi alma esta vacía de esos colores.
Ya no existen en mi, ni siquiera tonalidades. Será el tiempo, de nuevo, que está actuando como debe.
Como confío tanto en él, quizás lo deje que me indique el camino que he de seguir.
Yo ya no me quedo en esta estación.
Continuo mi viaje.
La parada que en su momento hice, me está resultando eterna. Llevo mucho tiempo sentada en el banco, esperando.
No me gustan las esperas sin haber visto de algún modo, un indicio que me aliente o que me ayude a quedarme aquí.
Voy a montarme en el tren, destino a la próxima estación.
Estoy segura de que lo mejor está por llegar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)